Ordenar el campo
Las medidas e ideas que creemos deberían estar presentes en el Plan de Choque andaluz como respuesta a la crisis del Covid-19.
16 May 2021 · 2 Fotos
«Estamos ante la oportunidad de que sean precisamente los núcleos agrarios y tradicionales los campos de experimentación de un nuevo paradigma de crecimiento sostenible».- La vuelta al pueblo, por Salvador Moreno Peralta
Ahora que el mundo se ha visto sacudido por una terrible pandemia y que peligran, en mayor o menor medida, los sistemas de producción y financieros del conjunto de países, los hay quienes han empezado a despertar del ensimismamiento en el que se habían acostumbrado a vivir y, alentados por el miedo, han querido formar parte de la reflexión y el cambio de paradigma del que tanto se habla.
Ahora que la tierra parece que se renueva (datos que habrá que constatar objetivamente) y que nos hemos dado cuenta de nuestra dependencia absoluta de sectores en los que apenas habíamos reparado con anterioridad, como son el sector agrario y ganadero, nos animamos a hablar y entrar en debates que ocupaban antes a unos pocos. Se habla de consumo irresponsable, de economía, de trabajo, de crisis, de producción de alimentos, de huertos y del pueblo.
En este sentido, hemos situado el pueblo a la cabeza de nuestra lista de deseos y no paramos de escuchar y leer: “ojalá viviésemos en el campo”, “cosa distinta sería si estuviéramos en el pueblo”, “qué ganas tengo de volver al pueblo”…
Pero el pueblo siempre ha estado ahí.
La vida se ha desarrollado en ellos con cierta normalidad, a pesar de habernos empeñado en empobrecer sus servicios y en aniquilar sus sistemas de producción desde las ciudades. Y la crisis de la que tanto se habla hoy día (y de la que tenemos que seguir hablando) no es exclusiva ni viene o vendrá dada por las medidas ineficaces que se han ido tomando y sobre las que se ha ido rectificando a lo largo del estado de alerta sanitario. La crisis del Covid-19, o como quiera calificarse, no es más que, en mi opinión, un espejo en el que se miran todos los sistemas y modelos sociales, económicos, de consumo y territoriales fallidos en el que nos llevamos apoyando años y sobre los que no se ha hecho crítica constructiva ni sobre los que se han tomado medidas de modificación efectivas que se amoldaran al devenir de los nuevos tiempos ni de las nuevas sociedades, ya no digamos de las realidades climáticas ni ecológicas. Y esta problemática ya era tangible y nos escupió en la cara en la pasada crisis presuntamente financiera de 2008, tal y como exponía el urbanista Salvador Moreno Peralta en su artículo “La vuelta al pueblo. Crisis de urbanidad o retorno a los principios”, al que tuve acceso gracias a la re-difusión que hizo de él la AEUTT (Asociación de Estudios Urbanísticos y Territoriales Teatinos) de Málaga.
No. Estos debates y la necesidad implícita de plantearse nuevos modelos de ciudad y de gestión y ocupación del territorio nos acompañan desde hace tiempo.
Y son muchos los que hacen frente a esta situación poniendo al servicio de la comunidad sus conocimientos y sus saber hacer. Algunos somos recién llegados, pero aportamos, si bien no demasiada experiencia, sin duda una buena dosis de voluntad e ilusión.
Es por eso que presté mucha atención cuando me llegó puntual por correo electrónico el boletín número dos de Pueblos en Movimiento.
Me interesaban profundamente las reflexiones recogidas en él como consecuencia del confinamiento a causa del virus. Todas ellas elogian de alguna forma y en definitiva el entorno rural como espacio de oportunidad. Escriben periodistas, maestros, ingenieros forestales, paisanos, apicultores, alcaldes… Se exponen opiniones de todo tipo, cargadas por supuesto de un componente personal muy fuerte, pero también de ciertos tecnicismos que dejan entrever a todas luces que quien se expresa habla con sentido y lucidez, para sorpresa- estoy segura- de muchos urbanitas de poca monda. Sin embargo me sorprendió, aunque debo confesar que no tanto, no encontrar la opinión de ningún arquitecto.
Y digo que no me sorprendió demasiado porque a lo largo y ancho del escenario rural e ineludible que se nos presenta los arquitectos somos los menos presentes. No supimos o no quisimos tomar asiento en el debate como es debido y para qué nos vamos a engañar, no gozamos de gran fama. Allá donde mire, allá donde busque hay pocos testimonios concienzudos de la mano de arquitectos, como si no tuviéramos nada que decir o aportar. Como si la ocupación del territorio, el cómo se organiza o cómo éste puede prosperar o no, no fuera asunto nuestro.
Y he de decir que somos, en gran medida, responsables de que no nos hayan invitado a la fiesta. Porque en vez de volver la vista atrás y aprender de los sistemas agrarios y asentamientos rurales, cuidarlos y modernizarlos, hemos diseñado nuestras ciudades en base a un modelo económico e inmobiliario expansivo y, no contentos con eso, hemos pretendido hacer con los pueblos esto mismo. Interviniendo en el territorio rural de forma torpe e incompetente, diseñando para el campo desde las ciudades, sin tener en cuenta ni dar voz a los agricultores, ganaderos ni paisanos.
Pero la preocupación y la urgencia es real, mi preocupación es real, al igual que la de otros muchos compañeros del gremio.
Porque si algo nos ha enseñado este confinamiento, por lo menos a mí, es que debemos empezar a pensar y de forma inmediata en cómo vamos a organizar el caos. A ver la oportunidad en el campo y en nuestros pueblos, a aprender de su heterogeneidad, y de sus formas de vida y hacer con esto dos cosas: por un lado preservar lo que funciona, proteger lo que ha de ser protegido, invertir en la mejora y modernización de los servicios básicos, etc. Y esto empieza por revisar los planes urbanísticos y termina por adoptar medidas basadas en el análisis de las peculiaridades de cada pueblo, sean éstas de índole urbanística, social, agraria o cuales sea; y por otro, se debe tomar ejemplo de estas prácticas y de esta revisión de lo rural para su posterior adaptación y puesta en práctica en las ciudades. Pero es importante ordenar de forma consciente y preparar el tablero para lo que está por venir. Porque el continente debe poder acoger todo el contenido que queramos verter en él y poner límites morales al campo no sólo es necesario para un desarrollo lógico si no que evitará que hagan con nuestros pueblos lo que ya es insostenible en las ciudades.
Andrea Camacho, arquitecta.
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